Pocas cosas hay tan divertidas como una charla de mujeres.
Me encantan las reuniones de mujeres, ya sean de diez, de cinco o de dos personas, no importa. Cuando dos o más mujeres se juntan, se genera una magia difícil de explicar en la que las palabras fluyen sin parar.
A las mujeres nos gusta mucho charlar y especialmente con otras mujeres. Cuando una mujer dice que se lleva mejor con los hombres que con otras mujeres, yo desconfío.
No sólo me gustan las reuniones femeninas, sino que las necesito.
Cuando paso mucho tiempo sin ver a mis amigas tiendo a inquietarme. Empiezo a contarle a mi marido lo lindas que son unas chatitas que vi en la vidriera de un negocio y a preguntarle si le parece que me corte el pelo recto o rebajado. Él se limita a contestarme: "necesitás una amiga".
Me divierten tanto las charlas de mujeres que a veces me pongo a escuchar las conversaciones de algún grupo de amigas que está frente a mí en la fila del supermercado, comprando juntas en algún shopping o comiendo juntas en algún restaurant (si, lo sé, invasión total de la privacidad, pero no puedo evitarlo).
Hoy tuve dos reuniones de trabajo en el centro de Buenos Aires (odio el centro) y entre reunión y reunión me sobraron unos 30 minutos que dediqué a tomarme un cafecito con una rebanada de budín. Al lado mío dos amigas planeaban frenéticamente un viaje juntas. No pude evitar escuchar la conversación y divertirme horrores con lo que se decían: "no hagas como siempre que te llevás dos toneladas de ropa y después no la usás", "zapatillas no llevemos porque son muy cómodas pero después parecemos unas desarregladas".
Después se peleaban para ver quién pagaba la cuenta. Típico momento de amigas al final de un café o de una comida. Todas las conversaciones entre mujeres tienen muchos puntos en común.
Zambullirse en una charla de mujeres es un placer accesible. Quita el mal humor, es divertido y te conecta con las demás.
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