sábado, 16 de junio de 2012

Show me the money

Hoy a la noche, combatiendo la fiaca que nos generaba el frío, fuimos con mi marido a comer a un restaurant nuevo que nos habían recomendado.

El lugar se especializa en comida peruana. La verdad es que nos gustó mucho, sus piscos y langostinos crocantes son una perdición.

Sin embargo, más allá del buen nivel gastronómico del restaurant, hubo un pequeño detalle que me desagradó bastante.

Cuando llegamos, el mozo muy amablemente nos trajo las cartas. A mí, en general, me gusta pedir dos platos chicos a medianos, en lugar de pedir un gran plato. Eso me permite degustar más de una especialidad, y no siento necesidad de tocar la panera mientras espero la comida. Pero la carta no estaba dividida entre primer plato y principal, por lo que realmente no sabía qué tan grandes eran. Entonces mi marido me dijo: “guíate por los precios: los más caros son principales y los otros son entradas”.

Volví a checkear mi carta, no había precios. “Pero, ¿Cómo?” – pregunté “¿A vos te figuran los precios?”

Efectivamente, mi carta no decía los precios de los platos. Me indigné, ¿Por qué a mí no me muestran los precios? ¿Sólo porque soy mujer asumen que yo no voy a pagar la cuenta?

Mi marido es muy caballero y generoso y en la mayoría de las oportunidades me invita, pero yo también hago invitaciones y mi género no me lo impide.

Hay algo raro con las mujeres y la plata. Es como que hacerlas pagar está mal visto, hablar de plata delante de nosotras no es de buen gusto. Ahora bien, esa regla puede haber sido aceptada hace algunas décadas, pero hoy ya es obsoleta.

Estudié en la universidad, trabajo, leo el diario y veo los noticieros. Estoy lo suficientemente embebida de la realidad, por lo que creo estar preparada para leer los precios de la carta de un restaurant.

Me encanta que me inviten, pero de ahí a que no me muestren los precios hay un paso muy grande.

El machismo sigue presente en todos lados, hasta en la carta de un pintoresco restaurant peruano.
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miércoles, 13 de junio de 2012

París je t´aime


Ilustración de Brooke Hagel
Hace pocas semanas tuve la dicha de poder visitar mi ciudad preferida en todo el mundo: París.

En realidad, la idea original de mi viaje era conocer Italia, pero estando tan cerquita, no pude dejar de pasar por la ciudad de la luz. Tenía que asegurarme de que Notre Dame y la Torre Eiffel siguieran ahí.

Me confieso total e incurablemente adicta a París (una adicción cara, lo tengo presente). Soy adicta a sus calles, a sus quesos, a sus vinos y a sus diseñadores, pero por sobre todo, soy adicta a su gente.

En París la gente derrocha lecciones de arte de buen vivir. Puedo pasarme horas sentada en un café observando a los parisinos en su hábitat natural.

La baguette acompaña las mañanas. Es que el pan se consume fresco, recién horneado. La copa de vino está presente en la mesa de todo parisino que se respete, aún al mediodía. La elegancia fluye natural. El echarpe es más que un accesorio, es una expresión de la personalidad. El idioma es una canción, un murmullo decorado con ribetes casi impronunciables.

Mientras me probaba un saco en una boutique, intentando formar frases en mi esforzado francés, la vendedora comenzó a hablarme en español:

-          ¿Cómo es que hablás tan bien el español? - Le pregunté.
-          Mi marido es español – Me dijo.
-          Ahhh, ok ¿Pero vos sos francesa?
-          Yo soy parisina – Me contestó.

Para el parisino, París es la mejor ciudad del mundo. Y con justa razón.
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domingo, 10 de junio de 2012

La generación tibia


En nuestros días, que alguien te diga que sos moderna, es considerado un elogio.

En efecto, ser moderna es bueno. Pero ser moderna hoy ya no es sólo combinar muebles de distintos estilos, comprar ropa versátil o viajar a destinos poco tradicionales. La palabra moderna ha adoptado, en los últimos tiempos, un significado un tanto desviado.

Ser moderna es que todo te resbale. Que todo te de lo mismo. Es no tener una opinión muy firme acerca de nada.

Tener convicciones fuertes está pasado de moda. No son bien vistas las personas que defienden una postura filosófica, antropológica o religiosa determinada. No, eso no es moderno. Mucho más cool es no decir lo que se piensa para no movilizar las susceptibilidades de nadie (y mucho más cómodo también ¿o no?).

No es moderno vivir conforme a nuestros ideales. Claro que no, que cosa tan ridícula. Es mucho más canchero seguir a la masa y adaptarse al molde.

No es moderno auto establecerse límites. Hay que dejarse llevar, hacer lo que se nos dé la gana sin mayor sentido de la responsabilidad.

Así es, nuestra generación es una generación muy moderna. Ni blanco ni negro, ni frío ni caliente. Tibia. La nuestra es una generación tibia.

Y mientras todos jugamos a ser open mind y progres, la sociedad se vacía de contenido moral. Porque la debacle muchas veces se disfraza de tolerancia.

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