sábado, 31 de marzo de 2012

Verdadero o falso


Uno de los lugares más lindos que he visitado en mi vida, es una isla griega ubicada en el mar Egeo que se llama Mykonos. Fui con mi marido para mi luna de miel. Quedé realmente enamorada de ese mar color turquesa.

Todas las mañanas, después de desayunar en el balcón de nuestro cuarto de hotel, bajábamos a la playa hasta el mediodía. Nos instalábamos en unos camastros super cómodos, y durante horas el programa consistía en relajarse y mirar pasar a la gente caminando por la playa.

Uno de los personajes que pasaba todos los días era un hombre corpulento que vendía carteras Louis Vuitton falsas. Tenía mucho éxito. Siempre alguna señora lo frenaba para comprarle sus productos.

Nunca me han gustado las imitaciones. Si no puedo pagar una cartera de determinada marca, prefiero usar otra marca más económica antes que comprar una falsa. En verdad no es un tema de snobismo. Hay algo de fondo que me molesta respecto a las imitaciones.

Y es que las carteras falsas aparentan ser algo que en realidad no son. El exterior dice una cosa, pero el interior dice otra. Pueden parecer un buen negocio al principio, pero no duran porque no son de calidad.

Curiosamente, lo mismo sucede con las personas. Hay quienes aparentan ser amables y educados. Sin embargo, cuando uno les da la espalda, aprovechan para criticar, engañar y sacar ventaja.

Muchas veces he conocido a mujeres que se muestran a sí mismas como grandes señoras, pero si se las mira más de cerca son mezquinas e interesadas. Detrás de la apariencia se esconde una realidad muy diferente.

Lamentablemente, en las relaciones humanas siempre han existido esos mundillos de falsedad e hipocresía. Está en nosotros ser o no parte de ellos. Uno tiene la posibilidad de elegir: Podemos ser una Louis Vuitton falsa, aparentando para los demás, o asumir quiénes somos realmente y vivir una vida auténtica.

Si bien todos los días el hombre se acercaba a mi sombrilla a intentar venderme una de sus carteras, nunca lo logró. Tanto en la moda como en la vida, me gustan las cosas verdaderas.
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sábado, 24 de marzo de 2012

¿Dónde está el amor de mi vida?


Nunca he sido devota de la idea de que estar en pareja sea determinante en la vida de una persona. Ahora bien, es cierto que transitar el camino propio es bastante más agradable cuando se hace de a dos.

En la escala de valores de la mayoría de las mujeres que conozco (y de los hombres también) encontrar la media naranja ocupa un lugar preponderante. Por ello no es de extrañar la desesperación que acarrea que con el paso de los años esto no suceda.

Cuando sos chica te imaginás a los 25 años casada y embarazada, pero de repente tenés 30 y nada de esto ha ocurrido.

La cama te queda grande, vas sola a las reuniones sociales, salís todas las noches aunque no tengas ganas y te atormentan los casamientos de tus amigas. Te da la sensación de que todo el mundo se casa menos vos. Te preguntás: ¿y dónde carancho está el amor de mi vida?

Lo primero que pensás es que hay algo de malo con vos. Pero no, está lleno de mujeres inteligentes, buenas y trabajadoras que están solas.

Entonces lees decenas de libros de autoayuda que insinúan que en realidad no estás “abierta al amor”, y que tenés que hacer un cambio interior antes de que puedas estar preparada para llevar adelante una relación de pareja. Pero no, tampoco es eso. Si estás más abierta que mejillón en cazuela.

La realidad es cruda. El problema no sos vos, ni tu cuerpo, ni tu mentalidad, ni nada. El problema es que no hay hombres. Frase trillada si las hay, pero muy cierta. Bueno, técnicamente si hay hombres. Ahora, hombres elegibles casi ninguno. Los pocos que hay deben estar de novios, comprometidos, casados o escondidos.

Quizás en la generación de nuestras abuelas las mujeres eran bastante menos exigentes para elegir a sus parejas, pero vos, una mujer moderna, no te conformás con cualquier perejil. Buscás al hombre de tus sueños, al amor de tu vida.

Y siguen pasando los años, y no aparece. Tal vez llegue cuando uno menos lo espera. Lo importante es nunca cerrar el alma, y nunca contentarse con menos.
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lunes, 19 de marzo de 2012

Las trabajadoras de la amistad


Hace un tiempo salió en Argentina una publicidad que se refería a los llamados: “trabajadores del amor”. Se mostraba a hombres “trabajando” hábilmente a las mujeres, es decir, seduciéndolas, mientras un padre preocupado trataba de hacer entender a su hija que debía cuidarse de ellos.

En esta oportunidad, quisiera dedicar un post a las que yo llamo las “trabajadoras de la amistad”. A esas amigas que invierten mucho tiempo y energía en conservar el lazo.

Son amigas que no dejan pasar mucho tiempo sin llamarte por teléfono. Que aún desde la distancia, se acuerdan de vos y se preguntan qué estará pasando por tu vida.

Confieso que nunca he sido una trabajadora de la amistad, pero tengo la suerte de que muchas de mis amigas sí lo son. Y mientras yo me encierro en mí misma y en mis problemas, ellas (que también tienen sus problemas) aparecen a través de un mail o de una llamada o de una visita para decirte: “sigo estando acá, contame qué te anda pasando”.

Las trabajadoras de la amistad se van de viaje y cuando vuelven te traen un regalito porque “lo vieron y se acordaron de vos”. Te dicen que te quieren porque no les da vergüenza demostrar sus sentimientos. Te mandan fotos de los lugares a donde van o de las cosas que ven para compartir momentos con vos, aunque no estés físicamente. Te dicen cosas lindas cuando tu autoestima está más chata que un panqueque. Te retan y sermonean cuando hacés algo mal. Te quieren como sos, con todo el repertorio de defectos.

Esas son las trabajadoras de la amistad. Es una bendición tenerlas. Sepan que, aunque no soy tan demostrativa como ustedes, las quiero mucho a mi manera. Espero alguna vez estar a la altura de las circunstancias.
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domingo, 11 de marzo de 2012

¿Maternidad obligatoria?


Uno de los mandatos sociales más fuertes que existen para la mujer, además de conseguir un marido, es tener hijos.

Este mandato reproductivo, es considerablemente mayor para la mujer que para el hombre. De hecho, pareciera ser que es “natural” que el hombre postergue la decisión de formal una familia, mientras que una mujer que se resiste a tener un hijo es considerada “antinatural”.

Sin duda ser madre debe ser la experiencia más intensa que puede vivirse. Sin embargo, quisiera someter a cuestionamiento la idea de que todas las mujeres quieren tener hijos.

No existe nada de antinatural en no reproducirse, así como también es importante desterrar esa frase siniestra según la cual no se es realmente mujer hasta que no se tiene un hijo.

Cuando una llega a la edad en la que la posibilidad de ser madre parece más cercana, muchas dudas y preguntas comienzan a desfilar por la cabeza.

¿Qué pasa si no siento el instinto maternal? ¿Voy a convertirme en una de esas mujeres que sólo saben hablar de sus hijos? ¿Qué pasa si me separo de mi marido? ¿Estoy capacitada para criar a un niño? Y la lista sigue.

Mientras que para muchas tener un hijo es lo más lógico y normal del mundo, otras mujeres no podemos evitar plantearnos y replantearnos el tema. ¿Se trata de un acto de altruismo o de egoísmo?

Suele tildarse de egoístas a aquellas que eligen no reproducirse para poder llevar un estilo de vida más relajado, lleno de viajes, salidas y tiempo para una misma. Pero también puede catalogarse de egoístas a las mujeres que, por otro lado, tienen hijos para “sentirse realizadas” o para tener quien las cuide en la vejez.

En definitiva, todo depende de la óptica desde la que se lo mire.

Tener un hijo es algo maravilloso, pero de ninguna manera es obligatorio y una no es más o menos mujer por lo que decida en este aspecto.

Se trata de una decisión fundamental y determinante en la vida, y más allá de lo que se resuelva, lo importante es que sea por los motivos correctos.
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jueves, 1 de marzo de 2012

Un proyecto personal


Algunas veces, cuando cae la tarde y se asoma la noche, experimento una suerte de inquietud. No llega a ser angustia. Es una sensación más parecida a la ansiedad y a la incertidumbre.

Sin embargo, todo parece estar relativamente bien: la familia, la pareja, los amigos, el trabajo.

Entonces, ¿a qué se debe esa especie de turbación al atardecer? Me doy cuenta de que lo que necesito es algo propio, y tengo la sospecha de que no soy la única.

Siento que somos muchas las mujeres que necesitamos tener un proyecto personal, algo que sea sólo nuestro: un hobby, un emprendimiento, lo que sea.

Hay ocasiones en las que el trabajo no nos llena. Lo hacemos porque hay que trabajar, pero no nos hace sentir realizadas. No es algo “personal”.

Así también, los afectos son fuente inagotable de paz y felicidad, pero no pueden suplantar esa necesidad de reivindicación personal, de trascendencia.

Sólo algo propio, una meta personal puede, creo yo, llenar esa inquietud que sentimos.

Ser la hija de alguien, la mujer de alguien o la madre de alguien es algo muy lindo. Aún así no es suficiente. Pienso que una también debe ser alguien en sí misma, no sólo en relación a los demás.

Por momentos puede que las obligaciones laborales o domésticas nos distraigan de esta búsqueda personal, pero créanme, a la larga, el llamado interior prevalece. Porque no se puede reprimir lo que una realmente quiere ser.
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