viernes, 29 de marzo de 2013

10 cosas que me hacen feliz


Cuando asoman problemas en algún frente de la vida, un ejercicio muy efectivo para combatir la desazón, es hacer una lista mental de todas las cosas que nos hacen felices.

Los primeros puestos en la lista no son nada originales. Supongo que en la lista de cualquiera de nosotras se repiten los mismos: la familia, la pareja, los amigos y, en mi caso también, la religión.

Pero quería compartir con ustedes, los otros puntos que, además de los elementos afectivos, integran la lista de cosas que me encantan y que, en definitiva, me hacen feliz.

En honor a la brevedad, elegí sólo diez:

1. Cocinar. Me encanta preparar distintas recetas para los demás, o incluso para mí sola. No me canso de pasar horas en la cocina, aunque, como cualquiera, a veces no tengo ganas de hacer nada y salgo a comer afuera.

2. Las flores. Me las compro yo sola, pero si me las regalan mejor. Si no viajara tanto, probablemente encargaría que me envíen flores frescas todas las semanas. Mis favoritas, las peonías y los jazmines.

3. El champagne rosé. En realidad, me gusta todo tipo de vinos: blanco, tinto, rosé, pero sobre todo el espumante rosé argentino (mal llamado champagne). Me gusta al mediodía y a la noche. No necesito un motivo de festejo para descorchar una botellita.

4. El brunch. Los fines de semana me gusta dormir hasta el mediodía y preparar café, jugo de naranja, tostadas y huevos revueltos. Un pequeño gran lujo.

5. Viajar. Me encanta conocer lugares nuevos. Mis ciudades favoritas son París, New York y Punta del Este (qué viva ¿no?). Un viaje inolvidable fue mi luna de miel en Grecia, muy romántico.

6. Los quesos. TODOS, desde el discreto brie hasta el atrevido pecorino.

7. El verano y los picnics en la playa.

8. El invierno, una chimenea, una frazada, una pila de revistas Vogue y una sopa de calabazas.

9. Mirar películas en la cama. Me cuesta pensar en un mejor programa que mirar algún clásico envuelta en sábanas blancas y rodeada de almohadones mullidos.

10. La vajilla antigua. Ustedes pensarán que es una pavada, pero sentarme a una mesa vestida con una elegante vajilla de alguna época anterior, me alegra la vista y me levanta el ánimo.

Como  les dije, la lista sigue, pero no quiero aburrirlas. En otra oportunidad, publico algunos puntos más. Y a ustedes ¿cuáles son las pequeñas cosas que las hacen felices?

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viernes, 22 de marzo de 2013

Recibir en casa

Después de muchas semanas de no estar en Buenos Aires, decidí organizar una pequeña comida con amigas en casa, para ponerme al día con lo que les pasó en mi ausencia.

Las reuniones de amigas son muy buen programa. Más aún cuando se desarrolla en la comodidad de una casa, que te permite conversar tranquila y distendida, sin tener que preocuparte por la reserva, por el tráfico o por el mozo que no te trae la cuenta.

A la mayoría de las mujeres las estresa la idea de recibir en sus casas. No es mi caso. A mí me encanta invitar gente y ser la anfitriona. Los preparativos me divierten casi tanto como la reunión en sí.

Lo primero que hago es comprar el champagne (técnicamente vino espumante, porque es originario de Mendoza). Soy fanática del vino y del champagne, no me imagino una reunión de amigas sin los chin chin. Puedo olvidarme del pan, del postre o hasta del plato principal, pero nunca me olvido del vino.

Trato de elegir un menú acorde a la ocasión, a los comensales y a la época del año.

Me encanta cocinar, pero cuando somos muchas, preparar tantos platos puede provocar que me pierda gran parte de las conversaciones. Por eso, para no pasar la noche encerrada en la cocina, elijo un menú sencillo. Por ejemplo, para hoy voy a preparar una tarta de queso, jamón y tomate con semillas y una ensalada de espinaca fresca y tomates secos: fácil y simple. Además, a las mujeres en general les gustan las comidas light.

Siempre hay que tratar de hacer todo lo que se pueda antes de que lleguen los invitados: poner la mesa, preparar el copetín, enfriar las bebidas, prender las velas.

También es importante organizarse los tiempos, de manera que podamos vestirnos y arreglarnos con tranquilidad. Yo recomiendo un breve baño de inmersión una hora antes de que lleguen las visitas para relajar un poco y, por qué no, una copita de vino.

A mis amigas, en general, les pido que traigan el postre, porque me aburre ocuparme del tema dulces. Sólo compro unos petit fours para comer con el café. Antes no tomábamos café al final de la comida, pero bueno, estamos más grandes y ahora nos gusta tomar el cafecito como broche de oro.

Pero lo más importante de todo es disfrutar de la reunión. Hay que estar atenta, pero tampoco volverse loca atendiendo a los invitados, porque de lo contrario el programa deja de ser divertido.

Y ahora las dejo, me voy a preparar todo para la llegada de mis amigas. Inviten a sus casas, agasajen, es una forma creativa de demostrar cariño.




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miércoles, 20 de marzo de 2013

Mujeres que no aman a nadie



Existe un libro que se llama "Mujeres que aman demasiado". No lo leí, pero recuerdo que me llamó la atención el título.

¿Qué es amar demasiado? 

Si bien, como ya dije, no leí el libro, supongo que se aludirá a la idea de "amar demasiado" con una connotación negativa. Como amar enfermizamente, más de la cuenta, o a alguien que no lo merece. 

Puesto así, sí parece un concepto no deseable.

Sin embargo, hay algo que me asusta aún más que ser una mujer que ama demasiado, y es convertirme en una mujer que no ama nada.

El riesgo de convertirse en una mujer que no ama es muy grande, y más en nuestra época.

Te levantás, preparás el café y las tostadas, vas al gimnasio, trabajás, discutís con el taxista, ordenás tu casa, comés y te vas a dormir. Cuando te querés dar cuenta, no te quedó tiempo para amar.

Con riesgo de sonar cachuda, quiero recordar que amar es muy importante. Es lo que te llena la vida. Es lo que evita que te conviertas en una muñeca vacía.

Date tiempo para compartir con tu familia, con tus amigas. Lo importante es tener pequeños gestos para hacer feliz a la otra persona. 

Cuando voy al supermercado, me gusta comprar las cosas que sé que le gustan a mi marido, como el queso brie o el arroz con leche.

También me gusta cocinar para mis amigas o comprar entradas de cine para ir con mis padres.

No tengan miedo de amar y amen de todas las formas posibles, grandes o pequeñas: mimen, hablen, escuchen, recen, ayuden.

El ego es el principal enemigo a la hora de amar. Está perfecto dedicarse tiempo a una misma, darse gustos y vivir bien. Pero también es importante dar a los demás, pensar en el otro, ponerse en segundo lugar cada tanto. De lo contrario, te transformás en una diva sin alma, en una cáscara.

Perdonen este ataque de espiritualidad. No sé si es el nuevo Papa o qué, pero tenía la necesidad de decirles esto.

Yo creo que nunca se ama demasiado. Siempre se puede amar más. Y eso es lo que hace que la vida sea linda.


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lunes, 18 de marzo de 2013

Maravillosa Nueva York


Hace muy pocas horas llegué de la ciudad de Nueva York. Pisé el suelo argentino con una felicidad inmensa, con muchas ganas de ver a mi familia y con ansias de volver a mi casa.

No estoy diseñada para largas estadías en el exterior. Extraño mucho y me dan ganas de volver. Pero si hay una ciudad que hace valer la pena el desarraigo temporario, ésa es la ciudad que nunca duerme: New York, New York.

En esta oportunidad, la estadía no fue prolongada: cinco días de playa y cinco días en NYC. Confieso que los cinco días de playa, en gran parte, fueron para ceder a los pedidos de mi marido. No me malinterpreten, me encanta la playa, pero si hubiese sido por mí, hubiese pasado todos los días en Nueva York.

No me canso de esta ciudad. La primera vez que fui volví decepcionada. Probablemente porque me la pasé haciendo los recorridos turísticos y mucho no me divertí. Sin embargo, los sucesivos viajes me fueron descubriendo una cara distinta de Nueva York: la ciudad multicultural, diversa y fascinante que es.

Me encanta probar restaurants nuevos. Hay realmente una variedad asombrosa, pero también me gusta volver a los ya conocidos, como Pastis, mi favorito para el mediodía, donde puedo pasarme horas observando a la gente, acompañada de una soupe á l ´onion y una copa de vino.

También me gusta observar minuciosamente las colecciones de los diseñadores más importantes. Aunque no compre nada, me gusta entrar a las tiendas, mirar, tocar, probarme las prendas, sin perjuicio de la mirada impaciente de los vendedores que trabajan a comisión.

Me gusta caminar sin rumbo por las calles neoyorkinas, a la espera de algún lugar desconocido que aparece a la vuelta de la esquina.

También me di el lujo de recorrer todos los pisos del Museo de Arte Moderno, donde no sólo es un programa mirar las obras, sino también analizar a la gente que frecuenta el museo.

El frío y las ocasionales lluvias no lograron opacar una estadía en Nueva York que sólo puedo definir como simplemente maravillosa.

Y aquí estoy, recargada de energía para encarar el día a día cotidiano que retomo esta semana.

Los viajes abren la cabeza, te muestran realidades y culturas distintas. Te sacan, aunque sea por unos días, del micromundo en el que estamos inmersas y que, muchas veces, nos impide ver el big picture.

Me encantaría volver pronto a la gran manzana. Aunque por ahora estoy sumamente contenta de estar de nuevo en casa.

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miércoles, 6 de marzo de 2013

Miami y sus mujeres

Aquí estoy finalmente en la ciudad de Miami. Luego de un vuelo de 9 horas, llegamos al hotel con la reserva de energía prácticamente consumida.

Nuestro cuarto aún no estaba listo, entonces decidimos ir a Bal Harbour Shops a pasear un rato para pasar el tiempo hasta la hora del check in.

Tengo que confesar que Miami no es una de mis ciudades favoritas, pero tiene una serie de atractivos que hacen que venir realmente valga la pena. Uno de ellos es su mar celeste casi transparente. El otro gran atractivo es este centro comercial de Bal Harbour, totalmente fascinante.

Aunque no compres ni un alfiler, Bal Harbour es un lugar para estar. La gente que lo recorre, más específicamente las mujeres, son dignas de admiración.

Yo no sabría decir con exactitud cuántas horas inverten en producirse, pero sí diría que son muchas, pero muchas.

Todo lo que lucen es de diseñedor, desde el reloj hasta los zapatos. El make up es cargado, bien cargado: base, polvo compacto, sombras, delineador, todo a plena luz el día.

El pelo realzado por un perfecto brushing. Con el rulo bien marcado en las puntas (cualquier porteña se lo desarmaría un poco al salir de la peluquería).

Los tacos son aguja y muy altos. Casi no sen ven las plataformas tan presentes en las calles de Buenos Aires.

Una puede no comparir el gusto por este "estilo Miami", pero lo que no puede negarse es que llama la atención.

Miami es el antónimo de simpleza y de bajo perfil. La que le gusta lo aprovecha, y la que no, bueno al menos lo aprecia como algo maravillosamente diferente.

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viernes, 1 de marzo de 2013

Cómo armar una valija

Con un nuevo viaje en puertas, me dispongo a comenzar un ritual que ya es habitual en mí: armar la valija.

Cuando era chica, mi papá nos llevaba de acá para allá por su trabajo. Ahora de grande, es mi trabajo el que me obliga a empacar mi equipaje cada tanto.

Pero en esta oportunidad, el viaje no es por trabajo, es por placer y estoy de lo más entusiasmada.

De todas maneras, si bien el viaje me divierte mucho, la verdad es que armar y desarmar valijas es un plomo. Lo bueno es que los años me han dado un entrenamiento en esto de empacar y ya lo hago con un poco más de inteligencia.

Entonces se me ocurrió escribir este post para compartir con ustedes algunos trucos a la hora de armar las valijas.

Lo primero que hago, es mirar el pronóstico del tiempo en el lugar al que voy a viajar. Si bien los pronósticos no siempre son exactos, hay menos chances de que te sorprenda una baja o suba abrupta de temperatura.

Procuro meter prioritariamente en la valija, esas prendas básicas sin las cuáles es difícil armar un conjunto decente: un vestidito negro, una camisa blanca, un buen jean y un blazer negro.

Otro consejo útil es figurarse en la cabeza qué tipo de vida vas a hacer en el lugar de destino. Por ejemplo, si te vas a un lugar de playa de vacaciones, la ropa muy formal debe quedarse. Si te vas al campo, no tiene sentido llevar los stilettos.

La paleta de colores de las prendas que empaques, depende de la estación que sea en ese momento en el lugar a donde vas. Mucho blanco en verano, mucho negro para invierno. No puede fallar.

Hay quienes sostienen que es mejor llevar pocos conjuntos y muchos zapatos. Yo sostengo justamente lo contrario. Los vestidos y las camisas pesan menos que los zapatos y carteras. Es mejor llevar uno o dos muy buenos pares de zapatos y una cartera combinable para todo el viaje.

No te pases con los accesorios, después llegás a destino y no te ponés ni la mitad. Pensá mucho en la onda del lugar. En Mykonos, Grecia te va a lucir mejor un collar de turquesas que unos brillantes. Además el exceso de bling bling nunca queda bien.

La ropa debe ir prolijamente doblada (a la mitad es lo ideal) salvo que quieras tener que planchar todo apenas llegues.

Los zapatos van en bolsas cerradas para que las suelas no manchen la ropa. Lo mismo con las cremas y los perfumes, deben ir herméticamente cerrados en un bolsito impermeable.

No lleves muchas cosas. Siempre es mejor viajar liviana. En todo caso, repetirás o te comprarás allá. No hay nada peor que viajar con una valijota y pagar barbaridades en exceso de equipaje.

Llevá siempre un bolso de mano con todo lo que tengas de valor. No despaches nunca una cartera de diseñador, porque si la aerolínea pierde tu valija te vas a querer matar.

Estas son las pautas básicas que sigo a la hora de armar la valija. Las comparto con ustedes. Ahora los abandono para volver a doblar ropa. El desafío es doble cuando en una misma valija va ropa de verano y de invierno. Me esperan unas cuantas horas tediosas. No va a ser sencillo. Hasta pronto.









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