sábado, 30 de noviembre de 2013

Sé amable

Mi madre suele decir mucho una frase: "cada uno cosecha lo que siembra". Es algo que me repite constantemente desde la infancia.

Si bien he comprobado que no siempre es así, en gran medida esa frase encierra una gran cuota de verdad.

Es por eso mismo (y no sólo por eso) que siempre hay que ser amable y educada con la gente que nos rodea.

En la vida todo vuelve, y si sos una arpía o una mal educada, a la larga te va a jugar en contra.

Siempre hay que decir por favor y gracias. Hay que ceder el asiento a los mayores, no elevar el tono de voz en una conversación y tratar de igual a todas las personas sin excepción. Porque en verdad somos todos iguales. Hemos venido sin nada a este mundo y nos iremos sin nada.

Claro que no estoy sugiriendo que nos hagamos amigas hasta de las piedras. Obviamente las relaciones de amistad requieren ciertas semejanzas o afinidades entre las personas, pero siempre se puede ser cordial y amable. Hasta con un total extraño.

Hoy fuimos a comer con mi marido a un hotel de la ciudad al que vamos muy seguido. Sorpresivamente, la moza que nos atendía cada vez que íbamos, estaba ocupando el lugar de encargada del lugar. La habían ascendido.

Nos reconoció de inmediato. Yo siempre la saludaba con cariño y le daba conversación, por lo que me tenía bien identificada.

Nos sentó en la mejor mesa del restaurant. Al irnos, nos regaló una bolsa llena de trufas y chocolates.

No es que trate bien a la gente para recibir algo bueno a cambio, pero este es un claro ejemplo de que cuando uno siembra buena onda, cosecha buena onda y cuando no se siembra nada, no se cosecha nada.

Qué lindo que es ir sembrando buenos sentimientos por la vida. Y quién te dice, quizás un día hasta cosechás una bolsa llena de chocolates.





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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mi momento preferido del día (según pasan los años)

A morning in bed.Recuerdo que cuando yo era chica, mi momento preferido del día era la tarde.

La razón es comprensible. A la tarde volvía del colegio y tenía la posibilidad de pasar horas y horas jugando en mi casa.

La noche no me representaba el más mínimo entusiasmo, ya que venía acompañada de una serie de actividades que por entonces no soportaba, como bañarme y irme a la cama.

Sin embargo, ya entrando en la adolescencia y temprana juventud, la noche se transformó en mi momento favorito del día. Esto la verdad es que no es de extrañar. Cuando sos joven, salir de noche significa diversión.

Transcurridos algunos años más, la tardecita se convirtió en mi momento del día predilecto. Como buena mendocina, me gustaba tomarme una rica copa de vino al caer el sol (confieso que en ocasiones con el sol aún presente) para desenchufarme del trabajo y las obligaciones diarias.

Hoy en día, sin embargo, mi momento preferido del día es la mañana. Puede que mucho tengan que ver mis cambios de hábitos y horarios generados por mi embarazo de casi cinco meses.

Lo cierto es que en la actualidad, no hay nada que disfrute más que la mañana.

Antes de irme a dormir, dejo preparada la bandeja del desayuno. Apenas suena el despertador, me incentiva sentir lo antes posible el aroma del café y el pan recién tostado. Mi desayuno tiene la calidad y la presentación de un hotel. Me lo llevo a la cama. Es mi pequeño gran lujo.

A la mañana también hago ejercicio y miro los noticieros. Es cuando más energías tengo. Me gusta avanzar con gran parte de mis actividades antes del almuerzo.

La mañana es mi nuevo momento favorito del día. Quizás con los años esto vuelva a cambiar. La experiencia así lo demuestra.

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martes, 26 de noviembre de 2013

Ganarle a la tristeza

Cuando estamos pasando por un mal momento, la vida aprieta el botón de pausa. Es como si todo aquello que antes formaba parte de nuestra rutina, perdiera significado o peso.

Es lógico, en realidad. Quién puede pensar en otra cosa cuando tiene un problema grave.

Todo parece trivial y secundario. La mente se ocupa sólo en el conflicto en cuestión.

Está bien reservarnos momentos para llorar y lamentarnos, pero hay una fina línea que divide la sana costumbre de llorar, de la total y absoluta apatía hacia la vida.

No es bueno perder el entusiasmo y eso es justamente lo que me pasó.

Solía disfrutar mucho de la literatura y la cocina, pero de repente dejaron de interesarme. Estaba preocupada y ya no tenía ganas ni de leer, ni de escribir, ni de cocinar.

También dejaron de entusiasmarme las reuniones sociales. La idea de interactuar con alguien más me superaba ampliamente.

No debemos permitirnos abandonar nuestras pasiones. Son lo que hace que la vida sea un poco más linda.

Conservar nuestras actividades placenteras ayuda a pasar por el proceso de tristeza.

Conservar la elegancia en nuestra vida también contribuye a ganarle al desánimo. Sin duda se superará mejor el dolor con una linda camisa, el pelo bien peinado o con la casa perfumada por pequeños ramos de jazmines.

Parecen trivialidades, y con más razón las veremos así cuando estemos pasando por una situación límite, pero no hay que dejar de lado esas pequeñas cosas.

Ganarle a la tristeza requiere mucha actitud y fortaleza. Por sobre todo, no hay que abandonar esas costumbres que siempre nos hicieron bien.


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