domingo, 26 de junio de 2011

I like food


Hace algunas semanas, mi marido y yo viajamos a Estados Unidos de vacaciones. Una noche, después de un largo día de playa, decidimos hacer una reserva en el restaurant del hotel.

La verdad es que tenía muchísimo hambre porque lo único que había comido en todo el día era una ensalada al mediodía.

La especialidad del restaurant era comida italiana, lo cual me hizo pensar que los platos iban a ser contundentes y abundantes.

Me senté en la mesa preparándome para pedir una montaña de risotto con portobellos, o alguna otra delicia similar.

La sorpresa vino cuando al abrir la carta me encontré con una serie de platos pretenciosos, y NINGÚN RISOTTO.

Me sentí un poco frustrada al descubrir que en ese lugar no iba a poder satisfacer el apetito voraz que me aquejaba esa noche. De todas maneras, ya estábamos ahí, así que me resigné y pedí la comida.

Tal como imaginé los platos eran muy pequeños, pero no por ello, menos exquisitos.

El primer plato, la polenta con salsa de hongos, era espectacular. El segundo plato, un pescado con espárragos y jamón crudo, realmente bueno. Y la torta húmeda de chocolate, un manjar.

Esa noche la cantidad de comida que mi organismo reclamaba, fue reemplazada por su exotismo y calidad.

Claro que al día siguiente fuimos directo a atacar una hamburguesa con papas fritas.

Así funciono yo. No puedo vivir comiendo comida sofisticada, pero la disfruto cada tanto. Así como tampoco soporto la comida chatarra muy seguido, pero de vez en cuando la necesito.

Me encanta comer afuera, pero nada como la comida hecha por una misma. Es cierto que me gusta comer, pero más me gusta cocinar.

La verdad es que soy tan abierta en el ámbito gastronómico, que por mucho tiempo me ha costado definir mi relación con la comida.

Recientemente encontré esa definición en una frase de Gwyneth Paltrow, dentro de su nuevo libro de cocina: “I like food”.

Tan simple.
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lunes, 20 de junio de 2011

Mi amiga de Nueva York


Durante muchos años de mi vida miré por televisión una serie sobre cuatro amigas que viven en Nueva York.

Las historias de estos personajes comienzan desarrollando temas un tanto cliché y ligeramente burdos, pero con el correr de los capítulos y de las temporadas, los relatos se vuelven más profundos.

A la larga, terminé enamorándome de esas cuatro mujeres que luchaban por conservar su independencia, defender sus ideas y no conformarse en el amor.

Particularmente, Carrie Bradshaw me cautivó. Quizás por mis aspiraciones frustradas de ser escritora, o tal vez por mi incurable adicción a los zapatos.

Hace pocos días tuve la oportunidad de estar nuevamente en Nueva York.

Pisar los escalones de la casa de Carrie, sentarme a comer en la misma mesa del mismo restaurant en el que ella estuvo, visitar la misma zapatería en la que ella compra, realmente me erizaron la piel.

Al ojo crítico esto puede parecer superficial, pero cuando se crece mirando la vida de un personaje a través de la pantalla, ese personaje de ficción se vuelve parte de uno.

Cuando iba a la universidad vivía en un departamento a mil kilómetros de mi familia. Y lo cierto es que Carrie fue mi compañera muchas noches que pasé comiendo sola frente a la tele.

Estar en su ciudad y recorrer las locaciones de su vida fue como visitar la casa de una amiga que se conoce hace mucho tiempo.
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