Hace unos días llegué a esta pequeña ciudad de interior del país para avanzar con algunos temas laborales pendientes. Decidí quedarme aquí el fin de semana, en lugar de volver a mi casa en Buenos Aires.
Me quedé para evitar viajar tan seguido, y además para disfrutar del verde y el aire libre que escasean en la capital.
Ayer sábado, como parte del programa del fin de semana, fuimos con mi familia a almorzar al restaurant del club house del barrio en el que estoy.
Se trata de una sede recientemente remodelada, donde la principal actividad es el golf, pero también se practican otras actividades.
Ubicada ya en el restaurant, disfrutando de un riquísimo coq au vin, me puse a analizar la decoración del lugar.
Quedé absolutamente fascinada con cada pieza que conformaba la decoración. Cada sillón, cada mesa, cada cuadro, todo perfectamente estético y elegante.
Sentada en la mesa al lado de la nuestra, estaba la arquitecta y decoradora responsable por la ambientación del lugar. Ella, en su ropa, peinado y hasta modales, reflejaba el buen gusto que también se desprendía de su trabajo.
En ese momento me pregunté, ¿de dónde vendrá el buen gusto? ¿Qué es lo que hace que una persona tenga tanto olfato para hacer que todo sea agradable y refinado?
El buen gusto se transmite a través de las generaciones, es cierto. Pero también puede adquirirse con la experiencia.
Supongo que tiene que ver con la mentalidad que uno tiene, con las ganas de aprender. Tener apertura de mente ayuda mucho.
Leer, visitar museos, viajar, son factores que también inciden.
Quizás no pueda determinar con exactitud qué es lo que provoca que alguien tenga buen gusto, pero sí puedo disfrutar del trabajo de aquellos que llevan el buen gusto como bandera, y lo despliegan en sus profesiones, en sus hogares y en su vida de relación.
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