Ayer por la noche fui a una
degustación de vinos con la mamá de mi marido. Ella me invitó porque sabe lo
mucho que me gustan los vinos y le pareció una linda oportunidad para hacer un
programa juntas.
La verdad es que la pasamos muy bien. La gente, en general, tenia cincuenta años o más, yo estaba bastante por debajo, pero a mí no me importaba, ya que estaba demasiado entretenida maridando vinos con quesos.
La verdad es que la pasamos muy bien. La gente, en general, tenia cincuenta años o más, yo estaba bastante por debajo, pero a mí no me importaba, ya que estaba demasiado entretenida maridando vinos con quesos.
Charlamos con mucha gente (tanto,
que uno de los organizadores me sugirió “conversar un poco menos y degustar un
poco más”).
Una de las personas con la que conversamos era una mujer americana que recientemente se había mudado a Buenos Aires. Le pregunté por qué se había venido a vivir a la Argentina y me contó que luego de muchos años de trabajar en Wall Street, había optado por llevar un estilo de vida más tranquilo y “open mind” que el que llevaba en Manhattan.
Una de las personas con la que conversamos era una mujer americana que recientemente se había mudado a Buenos Aires. Le pregunté por qué se había venido a vivir a la Argentina y me contó que luego de muchos años de trabajar en Wall Street, había optado por llevar un estilo de vida más tranquilo y “open mind” que el que llevaba en Manhattan.
Hablamos un rato largo acerca de vinos y
restaurants. Yo, como me gusta tanto la gastronomía, me sentí lo
suficientemente cómoda como para recomendarle bodegas para visitar en Mendoza y
restaurants para ir a comer en Buenos Aires. Pero cada lugar que yo mencionaba,
mi interlocutora neoyorkina lo rechazaba con una mueca de menosprecio. “Ah, si lo
conozco, pero no vale mucho la pena”, “Si, si, I know it, mmm, not so good…”
Claramente no había nada que yo
pudiera decir en esa conversación que a ella le acomodara. Me hablaba con aires
de superioridad gastronómica, sin el más mínimo interés en lo que yo pudiera
aportar.
Yo tampoco pretendía recibir una
respuesta muy entusiasta que digamos, pero si estoy compartiendo mis opiniones con alguien, lo mínimo
que espero es que no me snobeen.
Verán, no importa si sos un
erudito en algún tema, siempre hay que escuchar a los demás con una cuota de
humildad.
Muchas veces me he topado en la
vida con personas que, al igual que la señora americana, creen sabérselas todas
en algún ámbito, ya sea gastronomía, moda, política, derecho, economía, o lo
que sea.
Pero la realidad es que uno nunca
sabe cuándo puede encontrarse con un aporte interesante, por mucho que se sepa
de algún tema. Saber escuchar es una virtud, es la virtud de los grandes. Porque
quien cree saberlo todo, no aprende nada más, y eso es muy triste.
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