domingo, 30 de octubre de 2011

La terapia


No sé bien por qué, pero nunca me ha resultado eso de ir al psicólogo. Mentiría si dijera que no lo he intentado, y no digo que no pueda resultar útil para otras personas, simplemente no es para mí.

Aún recuerdo la primera vez que probé con la terapia. Estaba pasando por un momento muy malo en mi vida. La separación de mis padres, sumado a los inicios de una enfermedad de un familiar, me tenían realmente trastornada.

Si bien siempre me había jactado de ser autosuficiente con mis problemas, me di cuenta de que las circunstancias me sobrepasaban y necesitaba “la opinión de un profesional”.

Lo cierto es que muy convencida con la idea no estaba, pero poco había que perder. Así que llegué al consultorio de una psicóloga que me cubría mi obra social y que me quedaba cerca de casa.

Lo único que recuerdo es que la terapeuta se llamaba Mónica y que, curiosamente, tenía exactamente el mismo peinado ridículo que la periodista Mónica Gutiérrez.

Me senté en un sillón de frente a ella, tapizado con un horroroso plástico color marfil. Mónica me miraba fijo.

- ¿Qué te trae por acá?
- Vengo porque mis padres se separaron y encima mi papá está enfermo, y quiero aprender a manejar mejor mis problemas.
- ¿Cómo te imaginás que te puedo ayudar yo?

Decidí ser honesta con ella para no empezar la terapia con el pie izquierdo.

- La verdad es que no tengo mucha fe en la psicología, siempre he sido muy independiente para resolver mis conflictos.

Ella me miró muy seria. Mi comentario no había sumado puntos por ser sincera. Al contrario, pude notar que estaba molesta. Mónica se acomodó en su asiento, y me dijo sin titubear:

- Veo en vos una gran contradicción. Por un lado, te mostrás como una mujer segura que no necesita de los demás, y por otro lado sos débil, ya que venís a hacer terapia por un tema que tampoco es tan grave. Obviamente una de estas dos caras tuyas es falsa.

Yo rompí en llanto. Tanto que no podía ni hablar. Sólo logré esbozar un “es-que-estoy-muy-mal, snif, snif…

El resto de la sesión transcurrió conmigo llorando desconsolada, haciendo abuso de la caja de pañuelitos que estaba sobre una mesa al lado mío, y asintiendo a todas las estupideces que ella me decía.

Me despidió con cara de “viste que logré quebrarte”. Nunca pude decirle que la única causa de mi llanto era la sensación de injusticia que me provocaba que alguien subestime mis problemas.

Seguramente ella se quedó satisfecha, pensando que había podido sacarme la ficha, desarmarme, o alguna otra teoría psicológica barata por el estilo.

4 comentarios:

  1. Hola! me gustó tu blog... pasá por el mio cuando quieras..... saludos !!

    http://micolumnatrendy.blogspot.com/

    (=

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  2. Muchas gracias! Voy a visitar tu blog. Saludos!

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  3. Lamento que hayas caído en las manos de una mala profesional, si es que se la puede llamar de esa forma.
    Yo hago terapia desde hace muchos años, me ha ayudado a transitar situaciones dolorosas y me dio herramientas para conocerme más.
    Saludos!

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  4. Tal cual! Caí en las manos de una "mala profesional".

    Después intenté con otra psicóloga, me pareció una divina, pero no me aportó mucho.

    Seguiremos en la búsqueda de la terapeuta adecuada. Me ayuda saber que a vos te resultó. Gracias!

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