domingo, 17 de julio de 2011

Entregar el alma


El domingo pasado fui a misa con mi familia. Admito que si bien voy todos los domingos, no todas las veces me llega el sermón del sacerdote. A veces no hablan claro, repiten una y otra vez lo mismo, o simplemente yo me distraigo.

Pero esta vez, lo que dijo el padre me hizo reflexionar mucho.

Él hablaba de las personas que tienen endurecido el corazón. De aquellos que oyen, pero no escuchan y ven, pero no miran.

No sé cómo habrán sido otras épocas. Sí entiendo que en los tiempos que corren, somos muchos los que tenemos cerrado el corazón.

Cuando nos sucede algo que nos genera mucho dolor, tendemos a cerrarnos a los demás como mecanismo de protección. Nos recluimos en nuestro propio universo y no miramos lo que pasa alrededor.

Asumimos las responsabilidades ineludibles, pero no estamos dispuestos a dar más de lo necesario. El alma pasa de ser generosa a ser mezquina.

El día a día nos ofrece incontables oportunidades de disfrutar y de conectarnos con el prójimo. Claro que para poder hacerlo tenemos que tener el corazón abierto.

Cuando las personas nos decepcionan o las circunstancias nos castigan, pensamos que si no nos atajamos, pueden herirnos de nuevo.

La vida es impredecible. Si bien pasan cosas malas, también pueden sucedernos cosas buenas. Y si por miedo a las primeras no entregamos el alma, es muy probable que se nos escapen las segundas.

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