Uno de los lugares más lindos que he visitado en mi vida, es una isla griega ubicada en el mar Egeo que se llama Mykonos. Fui con mi marido para mi luna de miel. Quedé realmente enamorada de ese mar color turquesa.
Todas las mañanas, después de desayunar en el balcón de nuestro cuarto de hotel, bajábamos a la playa hasta el mediodía. Nos instalábamos en unos camastros super cómodos, y durante horas el programa consistía en relajarse y mirar pasar a la gente caminando por la playa.
Uno de los personajes que pasaba todos los días era un hombre corpulento que vendía carteras Louis Vuitton falsas. Tenía mucho éxito. Siempre alguna señora lo frenaba para comprarle sus productos.
Nunca me han gustado las imitaciones. Si no puedo pagar una cartera de determinada marca, prefiero usar otra marca más económica antes que comprar una falsa. En verdad no es un tema de snobismo. Hay algo de fondo que me molesta respecto a las imitaciones.
Y es que las carteras falsas aparentan ser algo que en realidad no son. El exterior dice una cosa, pero el interior dice otra. Pueden parecer un buen negocio al principio, pero no duran porque no son de calidad.
Curiosamente, lo mismo sucede con las personas. Hay quienes aparentan ser amables y educados. Sin embargo, cuando uno les da la espalda, aprovechan para criticar, engañar y sacar ventaja.
Muchas veces he conocido a mujeres que se muestran a sí mismas como grandes señoras, pero si se las mira más de cerca son mezquinas e interesadas. Detrás de la apariencia se esconde una realidad muy diferente.
Lamentablemente, en las relaciones humanas siempre han existido esos mundillos de falsedad e hipocresía. Está en nosotros ser o no parte de ellos. Uno tiene la posibilidad de elegir: Podemos ser una Louis Vuitton falsa, aparentando para los demás, o asumir quiénes somos realmente y vivir una vida auténtica.
Si bien todos los días el hombre se acercaba a mi sombrilla a intentar venderme una de sus carteras, nunca lo logró. Tanto en la moda como en la vida, me gustan las cosas verdaderas.