La tarde del martes me sorprendió
con una baja de presión que me obligó a meterme en la cama y suspender todo
tipo de actividades. A las pocas horas ya estaba mejor, pero no subestimo el
mensaje que mi organismo me estaba dando: "basta".
Mi batería está muy baja y estoy
a punto de apagarme. La conclusión es fácilmente deducible, necesito
vacaciones. Gracias a Dios, ya falta muy
poquito para partir.
A mi valija van a ingresar,
prioritariamente, traje de baño, sombrero y protector solar. El teléfono no va
a sonar a toda hora y, felizmente, voy a poder dormir sin interrupciones hasta
el mediodía. Ya puedo verme tendida sobre una reposera, rodeada de pilas de
revistas y libros.
Cuando estamos de vacaciones,
nuestro humor mejora, la piel se ve más radiante y la energía sube. Cortar con
la rutina y relajarse es más que un placer, es una necesidad.
Imagino los kilómetros de playa,
los atardeceres, las caipiroskas de maracuyá, y siento que ya no puedo esperar
más. Mi concentración ha disminuido notablemente y me encuentro a mí misma
contando en el calendario los días que faltan para irme.
Vacaciones es un concepto muy
poderoso, que se anticipa semanas antes de que ocurra, a través del añoro y la
expectativa, y que permanece semanas después de que ocurrió, a través de la calidez y
felicidad de los recuerdos y anécdotas.
Vacaciones es la palabra mágica
que nos brinda las últimas fuerzas para terminar el año.
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