Fin
de año es una muy buena idea en abstracto. Qué mejor que la proximidad de las
vacaciones y de las fiestas familiares y religiosas. Pero en la práctica, fin
de año es una locura, una serie de días frenéticos muy difíciles de
sobrellevar.
La
gente se pone muy nerviosa a fin de año. El mal humor, por algún motivo,
impera. Acabo de bajarme de un taxi unas cuadras antes del destino, ahuyentada
por las groserías del chofer.
Otra
característica de diciembre es la tendencia al consumo compulsivo. Los shoppings
están llenos de personas con hambre de productos de todo tipo y las tarjetas de
crédito con sus promociones, fogonean este impulso consumista.
Lo mejor es tratar de vivir el fin de año con la mayor paz posible. Hace poco escuché una nota que le hacían a un psiquiatra sobre el tema del mal humor. Él explicaba que ante un problema, hay que preguntarse: ¿esto me va a cambiar la vida de acá a 5 años? Si la respuesta es no, entonces hay que tomárselo con más soda.
El
estrés es dañino para la salud física y emocional. Afecta la vida de relación y
no permite disfrutar de las cosas lindas que tiene diciembre.
Que
las fiestas sean un motivo de reencuentro y oración, no una excusa para comprar
y correr contra el tiempo.
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