domingo, 27 de noviembre de 2011

Ese amor por la cocina


Pocos ámbitos permiten expresar las emociones de manera tan generosa como la cocina.

Muchas personas me considerarían loca por prender el horno en un día con 35 grados de calor. Sin embargo, nada me da más paz que mirar como las papas se doran lentamente con oliva, orégano y pimentón.

Cada lugar ofrece sus ingredientes típicos, e invita a inventar o improvisar recetas nuevas. Hoy Mendoza, con sus paisajes montañosos y su sol incansable, me ha inspirado a preparar un brunch para el recuerdo.

La pasión por la cocina no tiene hora ni lugar. Puedo pasarme horas transformando los alimentos, tocándolos, oliéndolos. Disfruto más del proceso de preparar la comida que del momento de comerla.

Mi mayor gratificación es ver la cara de mis seres queridos cuando prueban los platos que preparo con todo mi cariño.

Y la tarde no da tregua. Sobre el sillón me espera mi nuevo libro de cocina, a cuya lectura pienso dedicar mi tarde mendocina. Voy a zambullirme en las recetas de Francis Mallmann. Hace dos días fui a comer a su restaurant y quedé maravillada con su risotto con hongos.

Después de aquella comida, mi marido, en un acto de generosidad y egoísmo a la vez, me regaló el libro que contiene todos los secretos del chef.

¿Qué mejor forma de agradecerle el regalo que cocinar alguna de sus recetas?

Dedico este breve post a todos aquellos que dejan el alma en la cocina. A los que como yo, consideran que la gastronomía es una de las formas más nobles de arte. Y sobre todo, a aquellos que usan a la comida como una excusa para unir a la familia o a los amigos para darles amor.

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