Hace algunas semanas, aprovechando una linda noche de martes, fui a comer a Bella Italia, un simpático restaurant de Buenos Aires.
Me senté en una mesa al aire libre y pedí una tortilla de papas y cebollas.
Mientras esperaba la comida, me puse a observar a la gente de las mesas alrededor. Frente a mí, estaban sentadas Teresa Calandra, Evelyn Scheidl y Adriana Constantini. Divinas todas, daba gusto mirarlas. Peinado cuidado, vestiditos y carteras paquetísimas y make up impecable.
Al lado mío, había una mesa de chicas que deben haber tenido entre 25 y 30 años. Eran una lágrima. Sentadas de derecha a izquierda: “Doña me puse la misma musculosa de algodón que uso para limpiar mi casa”, “Doña estoy demasiado ocupada para ponerme corrector de ojeras antes de salir” y “Doña soy demasiado cool para pasarme el peine”. Un desastre todas.
Quisiera decir que el ejemplo de las chicas sentadas al lado mío en Bella Italia es un caso aislado, pero lamentablemente es un patrón que vengo observando desde hace tiempo en las chicas jóvenes. Sobre todo en la capital.
Pareciera que producirse es un arma a la que las mujeres recurrimos cuando la naturaleza ya ha hecho de las suyas. Empezamos a usar cremas de buena calidad cuando la piel ya está dañada, incorporamos el maquillaje cuando tenemos algo que tapar, e invertimos en prendas de calidad cuando el físico ya no acompaña.
Lo cierto es que las cremas deben usarse en forma preventiva. Vestirse bien y con un make up acorde, es un imperativo para toda mujer (y todo hombre también).
No es “de vieja” estar elegante, peinada y pintada.
Unos stilettos te van a lucir más a los veinte que a los cincuenta. Entonces ¿por qué esperar hasta tan tarde para empezar a usarlos? Yo sugiero que a la hora de salir, dejemos las Converse guardadas en casa y nos subamos a los tacos.
La mujer elegante no se arregla para tapar el paso del tiempo, sino para realzar su feminidad.