lunes, 1 de agosto de 2011
A la vuelta del trabajo
Nada reconforta más que la sensación del deber cumplido, pero a la vez, nada te agota más que una jornada eterna de trabajo.
Como todos, tengo días que son productivos y otros que no tanto. A veces vuelvo a casa con la sensación de que estuve toda la tarde en la oficina y no avancé nada. Otras veces llego contenta por los resultados alcanzados en el día.
Ahora bien, ¿cuál es el común denominador de los días buenos y malos de trabajo? Siempre termino destruida. Me duele la cabeza, me duele el cuerpo y los pies (si, por los tacos, pero no pienso bajarme). En fin, el nivel de cansancio es tal, que no sé ni cómo me llamo.
La vuelta de la oficina es uno de los momentos más sagrados de mi día. Necesito tiempo y espacio para realizar todos esos procesos que hacen que me sienta yo misma de nuevo.
Me gusta mirar cosas superficiales en la tele o leer algún libro livianito. Nada que me haga pensar mucho.
Una copita de vino o de champagne actúa muy bien como relajante. La tomo mientras cocino o mientras descanso cómodamente en el sillón.
Previo a meterme en la cama, recurro al baño reparador que en general incluye sales y aceites.
Muchas veces, en el día a día, uno deja de lado los rituales personales. Por falta de tiempo o por inercia.
Yo creo que son fundamentales para conectarnos con nosotros mismos (frase trillada, ya lo sé).
Difícilmente podamos ser trabajadores y productivos, si no nos dedicamos un tiempo personal.
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