Viajar es una actividad habitual
para mí. Mi trabajo me exige estar en dos (a veces tres) ciudades al mismo
tiempo. Mi vida trascurre en una valija.
Vivo yendo al supermercado ya que
no paso más de 10 días en la misma casa, y cuando llego, la heladera siempre
está vacía.
En definitiva, me he vuelto una
experta en viajar por trabajo. En lo que no soy una experta para nada es en viajar por
placer. Sin embargo, cada tanto intento hacer algún viaje para desenchufarme, para pasear,
para conocer.
Pero el viaje de placer puede ser
engañoso, porque entre todos los preparativos y las expectativas que una le
pone al tema, la palabra “placer” se pierde en el camino.
En esta oportunidad, el destino
elegido para "descansar" un poco, es la ciudad de Nueva York. Si bien ya he ido algunas veces, siento que
tiene mucho más para ofrecer.
La organización del viaje no fue
sencilla. Elegir la fecha ya representa un desafío, más aún cuando viajan cinco
personas, todas con distintas opiniones. Ni hablar de las horas frente a la
computadora explorando las mil y un opciones de hotel.
Desconectarse del trabajo tampoco
es sencillo. Aunque una piense que se está atravesando por una época relativamente
tranquila, basta con fijar la fecha de viaje para que decenas de temas
pendientes empiecen a asomar.
Armar la valija para el viaje de
placer, tampoco no representa un desafío menor. Cuando se viaja por trabajo,
dos trajecitos negros y algunas camisas blancas son suficientes. Ahora bien,
viajar por diversión plantea una serie de interrogantes en materia de equipaje que casi nunca
acertamos: ¿me llevo los tacos altos?, ¿cuántos libros llevo?, ¿algún vestidito
de noche?
“El viaje de placer” pasa tan
rápido que la verdad es que no tenemos tiempo ni de leer, ni de relajar, ni de nada. Menos aún
de salir de noche a alguna fiesta. ¿Qué mujer normal que arranca a recorrer
desde las 8 de la mañana tiene las pilas para volver al hotel a la noche,
calzarse los tacos y salir de bares?
Cuando se está en una ciudad en
el extranjero con tanto que ofrecer, una no descansa realmente. Más bien, no
para un minuto. Pero la experiencia sí sirve para desestructurar la cabeza,
para salir de la rutina y olvidar los problemas de todos los días.
Esta vez, en mi valija voy a guardar todos
mis miedos, preocupaciones y frustraciones. Los voy a soltar allá, en tierras
lejanas, y voy a traer de vuelta energías, esperanza y altas dosis de
positivismo. Seguramente voy a ser más feliz, no voy a preocuparme por el tipo
de cambio del dólar y no voy a pagar exceso de equipaje.