
Cuando preparaba mis valijas para viajar a Italia, ya
sabía que me esperaban cosas grandiosas, cosas que me dejarían estupefacta.
Italia nos recibió con sus brazos abiertos y, tal como lo
esperaba, me impresionó. Pero no hicieron falta cosas grandiosas para
impresionarme. No fue necesario ni el Coliseo, ni El David de Miguel Ángel, ni
la Catedral de Siena para conmoverme.
Una copa helada de prosecco...