miércoles, 20 de abril de 2011

Ese maldito teléfono


Aprovechando la semana santa, y abrumada por una masiva cantidad de problemas en el trabajo, tomé la decisión de desenchufarme por unos días.

Planeo quedarme en casa, no revisar los mails y postergar todos mis pendientes para la semana que viene.

Pero existe una fuente de conexión con mis obligaciones de la que no me puedo desprender: mi teléfono celular.

Así es, me resulta imposible apagar el teléfono. No sé, me da miedo que sea una emergencia, entonces casi siempre atiendo. A veces no llego porque lo tengo lejos y me dejan el mensaje. Estamos en la misma porque no puedo no escucharlo.

Recién ahora tomé coraje y me animo a ponerlo en modo silencioso mientras duermo. Es todo un avance.

De todas maneras, me siento literalmente esclavizada por ese aparatito infame que suena todo tiempo.

Aclaro que tengo el modelo de teléfono más viejo y básico que existe en el mercado. Mi marido se ríe de mi insulto a la tecnología y me dice que tengo que comprarme un smart phone.

Yo pienso, además de que no me divierte nada la idea de que mi teléfono sea más inteligente que yo, ¿para qué quiero sumarle nuevas herramientas a mi adicción? ¿Para ser como esas personas que van por la vida embobadas apretando teclitas? No gracias.

Debo ser la única persona rara que, en la era de las comunicaciones, quiere descomunicarse lo más posible.
Leer más...

lunes, 11 de abril de 2011

El vestido


Dentro de unos pocos días se casa una muy amiga mía. Estamos todas muy contentas y vamos a viajar a Mendoza para celebrar el importante acontecimiento.

Ahora bien, este tipo de festejos traen aparejado, además de la natural emoción, un dilema altamente frecuente en el universo femenino: ¿Qué carancho me pongo?

Esta pregunta a un hombre puede parecerle una estupidez, pero todas las mujeres sabemos cuánto tiempo requiere dar con el vestido indicado.

Primero, el largo. No sé si notaron que ahora se usan los vestidos tan cortos que apenas tapan la cola. Ante esto, planteo dos objeciones: 1. Estos modelos no admiten ni un kilo de más, 2. La verdad es que de elegantes tienen poco. Podría optar por un vestido por la rodilla, pero entonces corro el riesgo de verme mucho más “vieja” que el resto de las chicas de mi edad. Ni hablar de los largos. A mí me encantan, pero ya no se ven. Salvo que vayas al teatro Colón o a alguna comida de beneficencia (no abundan en mi agenda).

Segundo, el color. Llámenme amarga, pero nada más sentador que el negro. Nunca fui fanática de los colores estridentes. Los admito muy rara vez, y tiene que ser en verano. Los colores me gustan clásicos: beige y su gama, gris y su gama, negro y blanco (este último vetado para un casamiento).

Tercero, el género. Sinceramente me tiene un poco cansada que traten de venderme vestidos hechos con materiales ordinarios a precios exorbitantes. De nada sirve un diseño original, si el género no es bueno.

Con todas estas ideas y preconceptos salí a recorrer la ciudad en busca de mi vestido. De más está decirles que no lo encontré.

Ya veremos. Probablemente termine recurriendo a uno de mis viejos amigos que cuelgan en mi placard.
Leer más...
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...