Hoy a la noche, combatiendo la fiaca que nos generaba el frío, fuimos con mi
marido a comer a un restaurant nuevo que nos habían recomendado.
Sin embargo, más allá del buen
nivel gastronómico del restaurant, hubo un pequeño detalle que me desagradó
bastante.
Cuando llegamos, el mozo muy
amablemente nos trajo las cartas. A mí, en general, me gusta pedir dos platos
chicos a medianos, en lugar de pedir un gran plato. Eso me permite degustar más de una especialidad, y no siento necesidad de tocar la panera mientras espero la comida. Pero la carta no estaba
dividida entre primer plato y principal, por lo que realmente no sabía qué tan grandes
eran. Entonces mi marido me dijo: “guíate por los precios: los más caros son
principales y los otros son entradas”.
Volví a checkear mi carta, no
había precios. “Pero, ¿Cómo?” – pregunté “¿A vos te figuran los precios?”
Efectivamente, mi carta no decía
los precios de los platos. Me indigné, ¿Por qué a mí no me muestran los
precios? ¿Sólo porque soy mujer asumen que yo no voy a pagar la cuenta?
Mi marido es muy caballero y
generoso y en la mayoría de las oportunidades me invita, pero yo también hago
invitaciones y mi género no me lo impide.
Hay algo raro con las mujeres y
la plata. Es como que hacerlas pagar está mal visto, hablar de plata delante de
nosotras no es de buen gusto. Ahora bien, esa regla puede haber
sido aceptada hace algunas décadas, pero hoy ya es obsoleta.
Estudié en la universidad,
trabajo, leo el diario y veo los noticieros. Estoy lo suficientemente embebida
de la realidad, por lo que creo estar preparada para leer los precios de la
carta de un restaurant.
Me encanta que me inviten, pero
de ahí a que no me muestren los precios hay un paso muy grande.
El machismo sigue presente en
todos lados, hasta en la carta de un pintoresco restaurant peruano.